Hola, ¿qué tal estás? soy yo… sólo te llamaba para charlar un rato,
para defenderme de este sábado que dice que nunca nos vió por las calles de Madrid y de aquella agenda de conciertos con entradas agotadas,
para sacudir el polvo de estas cuatro paredes blancas…
aprovecharé la llamada para contarte que la noche que plantamos en Abril comienza a amanecer y que ya no hay Mayos en los nuevos calendarios,
que los días pasan rápido sin pararse a saludar,
que el café y nuestro bar ya me gustan amargos…
te contaría más cosas pero otro día será, sabes que me enrollo con facilidad,
y nada, que si te apetece o se acerca la soledad, me llamas, ya sabes donde estoy, chao, un abrazo.
"El contestador" - Quique González
Ojalá que tu cama estuviera siempre de guardia encaramada en los carteles de neón. Ojalá que volviera a encontrarte fumando en la plaza y dejarte de nuevo sin blanca, sin respiración.
Ojalá que tuviera valor, y decirte que no pasa nada son 10 pisos y no hay ascensor hacia el cielo del que tu me hablas.
Y no me da la gana marcharme cuando empieza lo peor un nudo en la garganta se intuye por tu voz en el contestador, tú solo intenta no mentirme hasta mañana.
Ojalá que quisieras dormir esta noche conmigo en lugar de violar corazones en salas de estar. Ojalá que ahora mismo me dieras lo que nunca pido y algo de tu paradero porque nunca estás.
Ahora sé lo que quieres oír ésta es la última mierda que piso, cinco tipos esperan por ti me parece que yo soy el quinto.
Salgo al balcón desde donde se divisa un espacio que raramente ya no es el nuestro,
desde aquí no distingo futuros en el blanco de una tarde sin historia ni lugar en el calendario.
Aquellos ojos que descubrieron cómo se desnudaba todo un desierto permanecen hoy cerrados como el lunes que se queda sin sol,
y tú, oasis y espejismo, centro de un mundo que dejó de girar en el prólogo de las memorías -justo cuando la ciudad anunciaba lluvia en mis manos- dices que quieres volver a la inercia compartida de los días.
Desde este balcón veo como la nieve cuaja fácil sobre nuestros pies. Y yo no sé si reir.
El túnel siempre deja pasar la luz de los noventa y el rumor del cansancio de los carteles que anuncian el próximo concierto.
En el andén, en fila y sin billete, los recuerdos:
se masticaba el olor a vida subterránea entre trastes de guitarra y silencios traspuestos, un hábitat de pasillos y de baldosas desgastadas,
la emoción de la libertad sobre unas escaleras mecánicas,
nunca importaba el destino, Argüelles, Tribunal, Bilbao, Sol ni qué boca morder en la noche del viernes, sólo el triunfo de poner voz y nombre a cada calle,
reyes hasta en la costumbre de las derrotas cuando las prisas por vivir viajaban lentas de vuelta en el vagón de cola,
y en cada estación un tren se perdía, Nuevos Ministerios, Marqués de Vadillo, Pueblo Nuevo,
y de cada década una canción...
Aún hoy no dejan de sorprenderme el puñado de monedas en una gorra, los jóvenes que planean huídas en la línea 5 o el azar de poderme sentar a tu lado.