sábado, 10 de marzo de 2018

.:Merece la pena:.


Sigo caminando por la ciudad
haciendo de cada esquina
la prolongación de la vida,

el lugar por donde esquivar
mis errores, mis tardes buscándote.

Y mientras, sigo respirando,
en este mar de antenas y ropa tendida,
tratando de ver más allá de los nombres
y de la piel donde anidé cuando dormías.

He dejado huellas,
botellas sin mensajes ni mareas,

he escrito pasados en paredes
por si crees preciso preguntarme
si la noche era mi duda,

si ardían mis manos
al subir aquellas escaleras.

Debo decirte, ahora que duermes a mi lado,
que todo, todo mereció la pena.

viernes, 9 de marzo de 2018

Naufragio III


III
Vencimos al invierno
y nos llovimos hasta inundarnos
en una mala Primavera.
Habíamos saltado mil hogueras,
quemado todas las mentiras y puñales,
habíamos jurado sin cruzar los dedos,
bailado sin pisarnos los pies,
(a veces trazamos  rutas al azar
e incluso saltamos al vacío sin red)
Recuerdo aquel verano en el Puerto Viejo.
Embarcaciones amarradas tras el temporal,
las gaviotas borrachas,  todas las estrellas
caían en la arena como kamikazes enamorados,
la música de Platero nos hacía respirar a bocanadas,
y las olas rompían muy cerca tratando de llevarse
mar adentro a cualquier muchacha de piernas
infinitas, a cualquier canción que se cante
con cervezas y calimocho recordando a
esos ojos que al mirar casi hacen daño.
Esa noche de Junio las luciérnagas en frascos
iluminaban el escenario y las algas en los corazones
enredaban a una juventud efervescente e insurrecta,
y yo, buscando a ciegas en cada caseta tu lengua,
en cada canción tu nombre, en cada cerveza tu revolución,
en cada góndola de la vieja noria nuestras ganas de vivir.
A lo lejos, en la bahía amarillenta,
la bocina de un barco vomitaba despedidas.
Era un carguero con una bandera desconocida para mi,
tu pañuelo y tu cabello al viento, se mezclaba
con el humo espeso y negro de dos chimeneas.
Tu recuerdo, isla desierta que me llamaba a naufragar.

jueves, 8 de marzo de 2018

Naufragio II

II
Acababa el invierno, la piel seguía escarchada,
el rostro amoratado y las manos vacías de historia.
El río serpenteaba envenenando mi sangre,
las viñas presagiaban otra dulce borrachera, otra más.
Las carreteras secundarias me hacían volar
mientras una vieja cassette escupía Savin' it up,
for Friday night with the Sultans
we're the Sultans of Swing
Me esperabas en el bar de siempre,
ese de las mesas de madera con corazones e iniciales
tallados con la prisa de quien ama al galope,
de las confidencias y medias verdades en cada unade las sillas,
de las decepciones vomitadas en el baño común,
el bar de los tacos  sin cebolla ni lágrimas.
Siempre que entraba estabas en la misma mesa,
junto al póster de Pulp Fiction, esperándome,
taladrándome el alma, sacándome  los ojos,
disparándome a bocajarro tu gesto encendido.
En la esquina siempre alguien echaba una moneda
en la Juke Box y aquella era nuestra banda sonora,
Gabinete, El Último, Héroes, Los Hermanos Urquijo,
El Flaco de Úbeda, Rosendo, Tio Knopfler, AC/DC,
Freddy, Chuck Berry, Antonio Vega, definitivamente
canciones que consiguen que te vuelva a amar
y ahí estaban escritas cada una de las tardes de pellas,
cada noche destilando tequila y saliva, cada huída,
cada polvo en un portal. Y, también, una despedida.
Aquella tarde no acompañabas a Uma Thurman
fumando un cigarro, y al entrar sonó disparo a bocajarro
tan  Vincen Vega, como inesperado.
La jodida Juke Box pinchaba a Jose Alfredo Jiménez
y el que era nuestro templo se convirtió
en una cantina de Guanajuato, un confesionario que entonaba
Ojalá que te vaya bonito / ojalá que se acaben tus penas /
que te digan que yo ya no existo / Que conozcas personas mas buenas..
Un naufragio sin llegar a intuir la vía de agua.
Otra isla desierta.

miércoles, 7 de marzo de 2018

Naufragio I

I
Nos comiámos la clase de Matemáticas,
no entendíamos cómo se puede despejar
una incógnita cuando la vida pasaba tan rápido,
no éramos capaces de entender la edad
de los calendarios ni como una manzana
pudo deteminar toda una Ley.
Bajábamos las escaleras de dos en dos,
volábamos con los brazos abiertos,
huyendo del olor a tiza, esquivando los futuros,
los imperfectos y pluscuamperfectos,
de las horas encorsetadas y del ordeno y mando.
Nuestra revolución era simple y verdadera:
queríamos pisar la arena del mar -en el mapa
tan solo estaba a un palmo- bebernos el horizonte.
y mimetizarnos con la arena haciendo el amor,
como habíamos visto en la peli El Lago Azul,
ser como Brooke Shields y Christopher Atkins,
gigantes en una isla desierta.
En cualquier banco, fabricábamos barcos de papel,
que ponían rumbo a cualquier alcantarilla,
esa misma que engullía la vida y los billetes de bus.
Queríamos  estar seguros de poder fabricar
el mejor de los barcos de papel. A cada barco
le poníamos nombre, Libertad, como esa canción
que sonaba en el auto de nuestros padres
o el Whydah Gally en honor al Pirata Negro Sam
que veíamos en los cómics y que amasó
una gran fortuna robando a esos buenos que
nunca quisimos ser, o aquel al que bautizamos
con nuestras iniciales y alas, el más veloz
y sin más armas que nuestras ganas de huir.
Así día a día, de febrero en febrero, de puerto en puerto.
Todos los barcos de papel acababan en las fauces
de las alcantarillas con todos nuestros sueños.
El monstruo de tres cabezas del tutor de clase
llamó a nuestros padres.
Nuestro barco no tuvo nombre ni cartas naúticas.
Naufragó antes de zarpar.