Vivo doblando las verdades
y tapándome los ojos cuando te quiero ver,
haciendo de las tardes
el ovillo olvidado en las esquinas de tu plaza.
Pero esta ciudad nunca olvida.
Los hoteles continúan con su rumor
de amores invisibles,
los jardines mienten a los árboles
con cortezas que se desangran
y nosotros seguimos en los mismos lugares,
allí donde las excusas son alas de pájaro.
Me pregunto qué nos hacía respirar
si la única estrategia era abrir los ojos
para escucharnos.
Ahora sé que no era eterno el balcón
desde donde tú me decías,
muere mil veces por mi.
Y aquí sigo, mil veces vivo,
sin más ropa que nuestros nombres.