Es de los días que oyes silbar balas en el pecho y sientes la sacudida de una
sucesión de bombas atómicas en la región del lóbulo parietal medial, allí
donde, dicen, reside la felicidad.
Metralla y destrucción programada. Marcada con el fosforito naranja en el calendario
de la nevera.
Un día escribí por aquí que el amor tiene una obsolescencia programada...
las mariposas que vemos volando tienen una esperanza de vida media de un
mes (dicen que la mariposa monarca es capaz de vivir nueve
meses)
...Y aún me pregunto si pude evitar esas ráfagas, esas mariposas en un
corcho atravesadas por un alfiler, si pude soltar lastre y hacer que ese globo
aerostático, de un millón de colores, acariciara las nubes... y verles sonreír.
Les veo.
Transitan por túneles en un silencio de los que ahogan, a veces roto por la
bocanada de oxígeno que proporcionan esos recuerdos que tratan de rebelarse al viaje dibujando en los párpados cerrados corazones en la pared.
Destino:
esas cataratas donde se acaba el mundo y esperan monstruos marinos para
devorar a los náufragos que se acercan.
Se acercan.
Y se alejan. A la vez se alejan... se alejan... se alejan...
Les veo...Nunca quise verles así. Lo juro.
Confío en que existan balas,
bombas atómicas,
mariposas atravesadas por alfileres,
túneles,
monstruos marinos,
que hagan de acero el pecho,
que la región del lóbulo parietal medial
vuelva a vestirse de un millón de colores,
que existan mariposas eternas.
Confío.
La vida, a veces... es muy puta.
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