Existe una línea artificial
que marca el compás del tiempo que nace
y de los períodos que caducan,
la inercia que hace exclamar a la hojarasca
cuando asoma el sol de invierno,
la que se esconde detrás de los párpados
cuando marchitan las flores de una pradera
fotografiada al anochecer.
Es el antes y el después,
inapelable como el diagnóstico del que se desprende
de viejas revistas que hablan de guerras sin vencedores,
la película impresa en la retina del anciano
que escucha las noticias en su radio,
lo cotidiano en una sobremesa en el mes de enero,
el vaso con el rastro del vino de antiguas cosechas.
Pero ayer y hoy se confunden,
cuando lo impersonal de esta ciudad
sigue siendo el tiempo
que trascurre entre nosotros dos.
Precioso, como siempre.
ResponderEliminarDefinitivamente que el antes y el después son inapelables puesto que ya pasaron, lo que sí se podría apelar es el futuro, maleable a través del ahora.
ResponderEliminarTino Muchas Gracias por estar y por tus palabras
ResponderEliminarAndrén, buena reflexión, un abrazo