Cuando me alejo de mis calles, de mi cotidiano desorden, me invade el inevitable vértigo de las distancias, la altura de la ausencia de quienes desean mi regreso, la caída libre a una soledad que se arropa con sábanas frías.
Sucesión de señales, obras, peajes, perros muertos, conductores suicidas…un pasillo y una puerta. Y otra vez el inevitable vértigo al abrir un nuevo armario que no huele a la complicidad de los días.
A menudo pienso en desertar, en fundar una nueva ciudad donde las carreteras sólo sirvan para acercar a quienes necesiten del calor de una mirada, de un tequiero. Puede que algunas sean carreteras secundarias, mal asfaltadas, pero siempre serán carreteras de vuelta. Es sólo un sueño.
Y aquí –lejos de mis calles, de mi cotidiano desorden- es más otoño. Así me lo recuerdan el milagro del color amarillo y marrón del paisaje, la dejadez de la luz en la tarde, mi tos seca, el frío que queda en mi espalda cuando ella se baja del coche…¿hace frío en Madrid?
Tengo sueño. Me miro al espejo y me veo más viejo y cansado que ayer. Ya me acostumbré al crujir de este suelo al andar. Otro día descansaré. Otro día buscaré la carretera de vuelta.
Precioso, con mucho sentimiento,se nota el frescor de la mañana teñido de Sabina, Fito,y la melancolía de un anochecer otoñal en plena carretera,ejerce de marmota....besote!
ResponderEliminar