Miércoles, ecuador de la travesía, el punto medio entre la apatía del cubículo y planear cualquier viaje estelar.
(Me paro a pensar a cuántos miércoles he sobrevivido, calculo unos dos mil trecientos y, en uno de ellos, un milagro de dos mil cien gramos).
Miércoles, avanza el calendario, y las sombras en las aceras, los ojos somnolientos, los sorbos de café pensando si ya habrás despertado, o cuáles de tus zapatos te sacarán hoy a bailar,
qué vestido dejaste preparado para mi ovación,
qué vestido dejaste preparado para mi ovación,
y avanzan los satélites fotografiando cada milímetro del Planeta y pronosticando la lluvia que puede mojar tu cabello (sé que te enfurece la humedad si no puedo secarte), pasan de largo la incertidumbre de las noticias en las consultas médicas, el temor a vivir, a no poder llegar a tiempo a lo alto del torreón para verte y... salvarme.
Miércoles, y como galápagos fuera de su huevo, me desoriento y me descubro recordando la arena pegada a tus piernas.
No, aquí ya no hay playas cerca,
ni dunas,
ni... tú,
solo la crispación de los pájaros en el tendido eléctrico y esta mesa llena de papeles mojados.
Te echo de menos.
Estoy en la mitad del naufragio.
En la apatía del cubículo.
Tardas en contestar mi llamada.
Y al fin tu voz.
Hola, amor, es miércoles,
te invito a tarta de fresas...
Estamos a punto del viaje estelar.
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