Sabes bien de besos de película, tanto que quedaron tatuados bajo tu lengua, como su perfume en tus blusas y en tu piel (y en en el sistema límbico de tu cerebro), como esas dosis de vasopresina y oxitocina liberada en cada abrazo, en cada beso -o con solo pensarle- que originaban raíces en sus pies y en las esquinas de tu cama, haciendo de tu cuarto
una fortaleza.
Y -también- sabes bien de derrotas y cicatrices, de noches de canciones y guitarra, de cómo desnudarte en un poema, de guardar bajo la alfombra recuerdos -junto a los monstruos que habitan bajo la cama- de cortar raices, de apartar escombros de tu muralla y, agotada, acabar durmiendo en el sofá.
Hoy
me dicen
que vuelves
a dormir
en tu cama...
Y la guitarra a tu lado.
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