Era un rito
recorrer la madrugada
recorrer la madrugada
por el puente viejo de la ciudad
y respirar la corriente,
naufragar en el barrio chino,
rodar de bar en bar,
doblar todas las esquinas…
descubrir la primera luz del amanecer
con el bostezo de las aceras
y el sabor del guiño
que incendia las calles de La Alameda
era delirante el quimérico amor
hacia aquella ciudad,
una religión que envenenaba
la carne sin darme cuenta,
sin darme tregua,
cada día más,
y así fue
que fui sombra sin cuerpo,
sangre sin venas,
alcohol y fuego,
y la nocturnidad de la ciudad
mi alimento
y tú dormías ajena a todo...
y respirar la corriente,
naufragar en el barrio chino,
rodar de bar en bar,
doblar todas las esquinas…
descubrir la primera luz del amanecer
con el bostezo de las aceras
y el sabor del guiño
que incendia las calles de La Alameda
era delirante el quimérico amor
hacia aquella ciudad,
una religión que envenenaba
la carne sin darme cuenta,
sin darme tregua,
cada día más,
y así fue
que fui sombra sin cuerpo,
sangre sin venas,
alcohol y fuego,
y la nocturnidad de la ciudad
mi alimento
y tú dormías ajena a todo...
Precioso, realmente interesante la forma de expresar ese recorrido citadino. Un abrazote. Tino
ResponderEliminar¡Qué bien has construido la poesía! No sobra ni una palabra, todas aportan su significado para completar la historia. Bien podría ser una novela y tú la has condensado en unos pocos versos, bellamente escritos y cargados de contenido.
ResponderEliminarDe repente, me ha traído un vago recuerdo: el aire del callejear nocturno de Raskolnikov, en la gran novela de Dostoievski.
Y justo hace unos meses vi la casa donde escribió otra obra, "El jugador", autobiográfica; e intensa como todo lo grande y auténtico.
En esa Baden-Baden refinada, me hizo pensar en su vida bohemia, en el Casino aún elegante.
Es así la vida; él la vivió de verdad y nos la contó.