La cuesta empedrada y polvorienta me lleva de la mano hasta el puente, como hacía mi abuelo,
es allí donde se para el tiempo,donde los ojos se cierran para respirar a fondo…y recordar.
Recordar esas mañanas sin escuela donde la única preocupación era encontrar a primera hora, cuando la hierba estaba húmeda por el rocío, el cebo adecuado para bajar a la orilla a pescar. Era un simple gusano o la mosca cazada al vuelo de un manotazo.
El murmullo del río permanece intacto, parece que no pasaron treinta y dos años. El oído sigue captando las mismas sensaciones que antaño, de vez en cuando el sonido del salto de la trucha de cabeza blanca, esa que siempre escapaba. Y huele como ayer al llenar los pulmones, una mezcla de arcilla y fresno a partes iguales.
es allí donde se para el tiempo,donde los ojos se cierran para respirar a fondo…y recordar.
Recordar esas mañanas sin escuela donde la única preocupación era encontrar a primera hora, cuando la hierba estaba húmeda por el rocío, el cebo adecuado para bajar a la orilla a pescar. Era un simple gusano o la mosca cazada al vuelo de un manotazo.
El murmullo del río permanece intacto, parece que no pasaron treinta y dos años. El oído sigue captando las mismas sensaciones que antaño, de vez en cuando el sonido del salto de la trucha de cabeza blanca, esa que siempre escapaba. Y huele como ayer al llenar los pulmones, una mezcla de arcilla y fresno a partes iguales.
Ha sido un instante, apenas cinco segundos para volver a tener cinco años, cuando bajo el puente no había temores.
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