Anochece.
Tras el ventanal de la 202
un paisaje de antenas,
destellos en el cielo
y la brisa que lleva tu nombre.
En la fachada de Blas de Lezo
habitaciones que se encienden,
unas para estudiar,
otras para hacer la cena,
algunos prefieren besarse a oscuras.
A la derecha, imponente,
aparece
la bahía
meciendo las embarcaciones,
sus tres montes y mis pupilas.
Ya he deshecho la maleta,
en las perchas mi cansancio,
tu presencia y un par de camisas,
y en cinco minutos,
apoyado
en la centenaria barandilla
del paseo,
te contaré que -contigo-
esta ciudad sería un buen refugio.